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"Gracias a los niños he aprendido que el teatro es una historia de un día de lluvia que hay que cambiar al día siguiente cuando sale el sol"" Jorge Díaz.
Llevo más de 6 años vinculada de una u otra forma al teatro infantil. Como nos pasa a muchos, mi llegada a este mundo fue casual y la parte pedagógica, vino después, cuando decidí tomármelo en serio y hacer de ello una profesión. Para algunos seré una recién llegada y para otros, contaré con más experiencia que la mayoría, pero independientemente de situarme en una parte u otra de la línea, puedo presumir de haber compartido escenario y otros espacios afines, aunque no siempre bien acondicionados, con gente admirable.
Desgraciadamente, creo que el teatro infantil es observado desde fuera por algunos como un "subproducto", como algo secundario y menos importante, lo que a los que luchamos por sacarlo adelante con compromiso, honestidad y las mismas dificultades que los compañeros que se pelean por defender sus montajes para adultos, nos hace, cuanto menos, poca gracia.
Ser "actor de infantiles" no es ser menos actor que el que interpreta a un Lorca o a un Sanchís Sinisterra. Escribir, dirigir y sacar adelante un proyecto infantil implica el mismo esfuerzo y trabajo que cualquier otro montaje teatral, con un handicap añadido; el niño no está sujeto a los convencionalismos sociales, a la educación (en algunas ocasiones incluso mal entendida) del público que va al teatro. Si a un niño no le gusta lo que ve hablará, llorará, gritará, se levantará de su butaca y conseguirá que, antes o después, sus padres, abuelos, tíos o quienquiera que les acompañe, se levante con mayor o menor vergüenza para abandonar la sala.
Pero no solo es eso, cuando haces teatro infantil trabajas para el niño, pero también para el adulto que le acompaña, un adulto que, en determinados casos, busca una forma de que su hijo, nieto o sobrino, no solo se esté "tranquilito" un rato sino que también se entretenga con algo diferente a los dibujos de la tele del sábado por la mañana.
Te debes al adulto igual que al niño, no vale disfrazar a cuatro actores con colores llamativos y pedirles que den saltos, canten 3 canciones y se caigan de culo para que el niño se ría, no vale hacer gracia solamente, el que elige llevar a su hijo al teatro en lugar de al cine o al circo busca "educar", "fascinar", "enseñar" y "descubrir" o al menos me gusta pensar que en un alto porcentaje de casos es así.
Por eso, cuando decides sacar adelante una obra de teatro infantil trabajas el texto hasta la saciedad, para que te entiendan, no puedes jugar a dejar algo en el aire, a improvisar en exceso, a que el espectador saque sus propias conclusiones, sino que tienes que enseñar al niño a pensar a la vez que captas su atención, a que entienda a los personajes y la historia a la vez que le haces sonreír. Y todo eso lo tienes que vestir con colores, con luces, con música y artificios que consigan enganchar al pequeño los primeros minutos, cuando el niño no se siente "obligado" a prestar atención como si que se siente el espectador adulto. Y esto encarece en gran medida el proceso.
Ningún actor, director o productor teatral le haría ascos a que le programaran un Chéjov, un Ibsen o una profunda y trabajada producción propia, por supuesto, la que escribe esto tampoco. Solo digo que la satisfacción que te da el abrazo sincero de un niño al terminar la función o los comentarios e intervenciones en medio de la obra de forma casual y no premeditada de esos pequeños espectadores, tan exigentes o más aún que los que han cumplido la mayoría de edad, alegran a cualquiera que haya tenido la suerte y la valentía de exponerse al criterio del público infantil. Y que el trabajo y el esfuerzo que supone conseguirlo no es menor ni menos importante que cualquier otro.
Y aunque a veces te dan ganas de tirar la toalla con esos "locos bajitos" y martirizarte metiéndote en la piel de la Señorita Julia o de Bernarda Alba acabas dándote cuenta de que, con tu trabajo, colaboras a la creación de los espectadores adultos del mañana, esos que irán a ver los montajes de los que piensan que el teatro infantil es subsidiario y que, con un poco de suerte, también llevarán a sus hijos a ver una función un sábado por la mañana.
Totalmente de acuerdo con este post, aunque sea antigua está totalmente de actualidad. Yo opino como tú, que en el teatro se busca educar, y que el teatro, por y para todas las edades, debería ser una actividad fascinante. Eso es precisamente lo que busco para mi hija,y con vosotros el domingo pasado tuvo su bautismo teatral. Estoy segura de que será una enamorada de este arte, como su madre, en poco tiempo. Un abrazo.