Hacía meses que no contestaba a sus intentos de contacto, y se había acostumbrado a escribirle cartas. Al principio hablaban de ellos, de lo que habían sido, de lo que sentía... pero poco a poco se habían transformado en una simple necesidad de comunicación, en una forma de sacar fuera lo que antes compartían de viva voz y que sin él se quedaba enquistado en la garganta impidiéndole hablar. Si hiciera público este nuevo entretenimiento muchos la tildarían de excéntrica, de absurda, de loca que envía pensamientos escritos en papel en la era del mail y los mensajes privados de facebook, pero se había convertido en su terapia, en ese placebo que permitía que una vez echada la carta al buzón el aire entrara de nuevo en sus pulmones.
Sabía que era casi imposible que las recibiera, además del cambio de domicilio, estaba segura de que no había dejado aviso para que le hicieran llegar la correspondencia a su nueva ubicación, le conocía lo suficiente para saber que olvidaba (consciente o inconscientemente) ese tipo de detalles. A veces se imaginaba que alguien se encontraba con su montón de cartas años después, cuando su existencia fuera solamente un recuerdo, o quizás tan solo un nombre en algún listado estadístico, y que trataba de ordenarlas y encontrarle algún sentido a tanto párrafo inconexo. Se prometió que algún día escribiría una carta que explicara el porqué de tantas misivas sin aparente relación... cuando ella misma fuera capaz de explicárselo.
En carretera, 3 de Enero de 2012
Puede resultar una estupidez, pero en la autovia a66, que une Zamora y Salamanca, poco antes del km. 320 dirección a tierras charras hay una zona arbolada que, si tienes la suerte de ir de copiloto al conducir a su altura, te permite disfrutar de algunos de los árboles más bonitos que hayas visto nunca. No son especialmente grandes, ni exóticos, ni siquiera puedes llamarlos majestuosos, pero cada uno en su montículo, con la suficiente distancia entre unos y otros para disfrutar de entidad propia, se erigen como mudos testigos del paso del tiempo en unas tierras famosas por el carácter recio de los hombres y mujeres que aún hoy las trabajan.
Parece haber muchos tipos distintos en esa pequeña porción de tierra (ignorancia arbórea la mía, quizá sean los mismos con ligeras variaciones), pero más allá de sus diferencias permanecen, ajenos al paso del tiempo, o al menos no afectados por el mismo tanto como los seres dotados (¿o aquejados?) de movilidad que comparten ese suelo al que están unidas sus raíces.
Sí que distingo entre todos alguna encina, supongo que es inevitable...
¿Recuerdas cuando aún nos subíamos a los árboles?
Sin esperar respuesta.
Daniela.
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