Mi pasatiempo favorito cuando tenía 8 años era inventarme excusas para no ponerme el uniforme del colegio... es que era muy difícil jugar a la goma con esa falda de tablas que me llegaba a las rodillas. Claro que cuando tu madre decide comprar un segundo uniforme de emergencia, harta de que te tires el desayuno por encima tooodas las mañanas, tu, al igual que el resto de niñas de tu edad, acababas teniendo dos opciones: o enseñabas las bragas a todo el barrio (cosa que en realidad no tenía demasiada importancia cuando te pasabas en la calle todo el día y tu cuarto de baño era el espacio entre dos coches y una amiga vigilando por si "venia algún niño") o te pillabas la parte posterior con la cinturilla delantera, lo que hacía que los leotardos se convirtieran en algo aún más ridículo.
Como odiaba los leotardos! Siempre se te caían, y picaban... claro que era peor cuando llegaba el domingo y te ponían esos calcetines de ganchillo hasta el tobillo que te dejaban marcado el dibujo.
Recuerdo que me quejaba terriblemente del esclavizador horario escolar... de 9:30 a 13:00 y de 15:30 a 17:30!!! ¿Acaso eso era vida? Horas y horas encerrada con la de cosas que tenía que hacer... dibujar, hacerme trenzas, ir con los niños al terraplén a coger lagartijas... porque esa era otra, las niñas de mi calle jugaban a las cocinitas, con arena!!, si ni siquiera se podía comer de verdad! Vale... las lagartijas tampoco... menos Jesús, que se comía los mocos y cualquier cosa verde que se le pusiera por delante.
Después de hacer la comunión (hecho que ya de por sí merece un capítulo aparte, ya que si en ese momento hubiéramos tenido videocámara nos hubiéramos llevado todos los premios que daba Arús en "vídeos de primera" ya que me caí 9 veces con daños a terceros incluidos), mi madre, siempre tan sabia, decidió que era más cómodo e higiénico que llevara el pelo corto, más aún, decidió que ella era perfectamente capaz de cortarme el pelo sin necesidad de llevarme a un profesional. Cuando me puso delante del espejo la primera vez pensé que vería lo mismo que yo veía, que había sido un error que no volveria a cometer... pero los gustos de mi madre y los míos no tenían nada que ver, es más, a ella le parecía lo más vestir a sus hijas exactamente igual a pesar de llevarse 3 años de diferencia asi que, no sé de qué me sorprendía!
Al año siguiente un hecho inesperado y maravilloso llegó a mi vida para darle sentido: apareció el blandiblú. Me pasaba horas y horas con ese fantástico invento entre las manos... me encantaba como olía, y la cara de repugnancia de las monjas cuando nos veían a todos llegar con eso entre los dedos. Era genial. No sé por qué no se valoró de la forma que realmente se merecía, cuando incluso Jesús dejó los mocos para pasarse al blandiblú!
Afortunadamente ahora mismo ya no lo oigo demasiado, pero cuando yo era niña había dos preguntas que odiabas con toda tu alma, casi tanto como que te cogieran los mofletes o que tu madre te limpiara con un pañuelo que previamente había mojado con saliva.
Una de ellas era ¿a quién quieres más, a papá o a mamá?, no creo que necesite profundizar demasiado... la otra ¿y tú qué quieres ser de mayor?
Bien, pues yo quería ser bióloga marina, pintora, cantante y jefa. Ah! me decían, seguro que alguna de todas esas cosas la consigues. ¿Alguna? no me entendían, yo quería serlo TODO. Aunque para ser sinceros, lo de jefa era lo que más me flipaba; yo me imaginaba en una mesa enorme, con un montón de pinturas Alpino y con una secretaria que les sacaba punta y me traía botes de Trina cada vez que se lo pedía... a ver cuándo lo consigo.
Claro que había veces en las que también quería ser panadera... pero en realidad, si lo analizo a fondo, creo que eso era porque yo lo que realmente deseaba era casarme con Chema y vivir en Barrio Sésamo.
Me gustaba que mi madre viniera a buscarme al cole con un bocata de nocilla y jugar a mosca (hasta que me dejé los piños en la pared del patio y decidí que no era beneficioso para la salud), veía a calimero y a casimiro antes de acostarme y luego me levantaba a escondidas para sentarme en el pasillo en pijama a ver el un dos tres hasta que mi madre mi pillaba.
No tenía movil para avisar a mi madre si llegaba tarde, pero tampoco lo necesitaba, sabía que la hora de vuelta era cuando se encendía la farola que había frente a mi portal. Tampoco nos enviabamos mensajes ni emails sino que picabamos en cada puerta según bajábamos ruidosamente por las escaleras. Mis muñecas no hablaban ni cerraban los ojos de forma automática, ni mucho menos daban a luz. Al volver al cole en la tele ponían a Espinete y a Don Pimpón nada de Hanna Montana y similares.
No tenia la Nintendo DS ni, gracias al cielo, una Bratz, pero tenía chapas, y la comba. El descubrimiento del Tetris me pilló ya de mayor, no sabía lo que era una Play-Station ni conocía a Lara Croft, aún no había descubierto el cine y nunca tuve un Tamagochi...
Y aún así, sorprendentemente, fui una niña aceptablemente feliz.
¿Tu no?
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