Aquella mañana abrió los ojos con la plena convicción de que algo había cambiado. Seleccionó su sonrisa del día y cambió el sonido del despertador al modo "canción inolvidable".
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Desayunó palomitas de colores mientras leía la sección de cultura del periódico, marcando, con infantil entusiasmo, todas las ofertas del festival de otoño de las que disfrutarían hoy.
Antes de decidirse a tirar el movil por la ventana, efectuó una última llamada, simplemente para comunicar al mundo que se había declarado en huelga de números rojos, que había olvidado lo que era fruncir el ceño y que la llave de su casa estaba bajo el felpudo para quien quisiera visitarles con buenas intenciones y una botella de vino para compartir.
La despertó con un beso en los labios y compartieron una ducha de sonrisas y callada complicidad. Se olvidaron del reloj, de las colas, de las visitas por cortesía y las cosas por obligación. De las pelis malas, del pago de facturas y la incertidumbre laboral.
Compartieron libros, ideas, experiencias. Se regalaron futuros recuerdos que nunca se llenarían de polvo ni ocuparían espacio en el armario. Invirtieron en un buzón que solo recibía cartas de amigos y en un aislante de infelicidad para las ventanas y, además, por ser los clientes 10.000, les salió gratis.
Dejaron de opositar a la buena vida, para disfrutarla sin más.
Imagen: "She makes me feel good" de Tristan Rault
Antes de decidirse a tirar el movil por la ventana, efectuó una última llamada, simplemente para comunicar al mundo que se había declarado en huelga de números rojos, que había olvidado lo que era fruncir el ceño y que la llave de su casa estaba bajo el felpudo para quien quisiera visitarles con buenas intenciones y una botella de vino para compartir.
La despertó con un beso en los labios y compartieron una ducha de sonrisas y callada complicidad. Se olvidaron del reloj, de las colas, de las visitas por cortesía y las cosas por obligación. De las pelis malas, del pago de facturas y la incertidumbre laboral.
Compartieron libros, ideas, experiencias. Se regalaron futuros recuerdos que nunca se llenarían de polvo ni ocuparían espacio en el armario. Invirtieron en un buzón que solo recibía cartas de amigos y en un aislante de infelicidad para las ventanas y, además, por ser los clientes 10.000, les salió gratis.
Dejaron de opositar a la buena vida, para disfrutarla sin más.
Imagen: "She makes me feel good" de Tristan Rault