¿Qué curiosa es la vida, verdad? A mí no deja nunca de sorprenderme...
Sé que si no estuvieras sedada y escucharas lo que acabo de decir me mirarías con esa media sonrisa tuya tan característica y soltarías alguna frase vacía y cortante que zanjara la conversación, alguna de esas que guardas en tu repertorio para cuando la vida te incomoda...
¿Cómo puede ser tan fría una sonrisa? Hace años que me lo pregunto.
Qué curiosa es la vida...
Hace unos meses no me hubiera imaginado que ahora estaría aquí, velando ese sueño artificial que te ha provocado la anestesia igual que hace años velabas tú el que yo conseguía arrebatar a esas fiebres que se llevaban mi infancia. ¿Recuerdas? Todavía te miraba con devoción entonces, con esas ansias enfermizas de ser un niño normal y sano para no decepcionarte.
El día que apareciste con esa vieja máquina de escribir, subiste casi hasta la cima de ese infantil pedestal en el que todos los niños sitúan a sus madres. No importaba que hubieras revuelto todo el trastero en busca de la máquina del abuelo con la única intención de reducir las horas a los pies de mi cama dándome algo con lo que entretenerme. Qué más daba que el motivo fuera que te resultaba cada vez más tedioso simular ese cariño maternal que se te escapaba a chorros por la ventana a medida que se te hacía más claro que yo no era el hijo con el que habías soñado… El brillo de mis ojos no distinguía esos matices.
¿Sabes que todavía la conservo? La máquina del abuelo, digo…
Esas teclas duras y gastadas se convirtieron en el único hilo que nos unía, y con el tiempo, desaparecido el pedestal, aprendí a sustituir tu absoluta indiferencia por ese hilo artificial pero lo suficientemente firme como para sujetarme a una vida que se me hacía cada vez más difícil…
¿Sabes? Te confieso que me divertía hacerte enfadar martilleando las teclas hasta arrancarte uno de tus gritos, a veces ni siquiera escribía cosas con sentido, solo golpeaba las que más chirriaban una y otra vez para desquiciarte.
Eso y engendrar a mi pequeño ángel, esa hermosa criatura que bailaba a escondidas en el salón cuando nadie la veía. ¿Ella también te decepcionó verdad? Nunca estuvimos a la altura de tus expectativas y lo peor es que para ella no hubo máquina de escribir.
Nunca te lo perdonaré… madre.
Nunca dejarás de ser la persona que consintió que le cortaran las alas, que la dejaran sin luz, aprovechando mi ausencia. Ni en mis frases más oscuras, ni en mis personajes más rastreros hubiera podido inventar un castigo tan cruel y desgarrador para ella… y para mí.
Así que prefiero hablarte así, sedada, sin oportunidad para tu fría sonrisa, para tu mirada vacía, para esa indiferencia más fuerte aún que el odio que me palpita dentro y que hará que me marche antes de que despiertes, para no darte ni siquiera la satisfacción de saberme cerca, vigilando tu sueño artificial.
Cuando leas esto, ya recuperada, me tendrás tan lejos como siempre pretendiste, y solo tu orgullo y tu absurda idea de estar por encima de los demás, de erigirte como baluarte de la ética y la moral, estarán a tu lado, para que sigas molestando a los que no viven como tú consideras que deben hacerlo, sean o no hijos tuyos.
¡Ah!, y perdona, las ces están algo torcidas y las emes no se leen con claridad, es lo que tiene la vieja máquina de escribir del abuelo.
¿Qué curiosa es la vida, verdad?
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(tercera y ultima carta... fabricando las alas!!!)
anteriores:
Nana (TW-I)
Siguen visitándote los demonios azules? (TW-II)
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