Le hace gracia ver a tantos occidentales juntos; claro que había visto occidentales antes (no es que viviera apartado del mundo, ni de los progresos de la civivilización) pero si le sorprende ver a tantos a la vez, tantos ojos redondos y rostros pálidos.
Sus dudas sobre si tendrá problemas para encontrarla se disipan en cuanto se abren las puertas que separan la civilización de la zona de recogida de equipajes; su enorme sonrisa se abre paso entre formas que han perdido definición en el mismo momento que la ha visto. Esa misma sonrisa que descubrió cuando con 5 años comenzó a asistir a la escuela y la miraba con curiosidad desde la fila de los niños.
Sabe que tendría que avanzar hacia ella, arrastrar su maleta y salir a su encuentro, pero no puede hacer otra cosa que mirarla.
Olvidados los rostros pálidos, la primera señal de que se encuentra lejos de casa es su abrazo de bienvenida. Se siente extraño (al menos en un primer momento). Rígido y extraño por ese gesto inesperado de cercanía. Pero pronto recuerda los abrazos que de pequeños se daban al despedirse tras las clases, cuando la edad temprana aún no ha sido educada en los convencionalismos orientales, en las tradiciones culturales que han forjado el carácter que ahora arrastra. Un carácter ni mejor ni peor que otros, solo distinto.
Y se descubre sonriendo; sonriendo y cerrando los ojos mientras desea que el tiempo se pare al menos un instante.
No son los únicos que se abrazan, un mundo de manifestaciones públicas de cariño bulle a su alrededor; abrazos, besos, risas... una burbuja separada de los atascos, las voces y las prisas por las enormes cristaleras de la sala de llegadas internacionales.
Debería percartarse de ello, pero no puede hacer otra cosa que abrazarla.
En el metro, el abanico cultural se amplia en función del número de personas que suben en cada estación, pero solo son bultos ocupando el espacio que les rodea. Recuperado del abrazo, ahora la observa mientras ella habla en su idioma materno. "Ya tendremos tiempo de practicar el español", le había dicho en algún momento mientras se dirigían al vagón, lo recuerda levemente, no es fácil enfocar la atención cuando vas paseando por las nubes. No para de hablar, de su vida en Madrid, de su trabajo, de sus compañeras de piso, de lo que hace por las tardes cuando acaba su jornada laboral... No ha perdido la costumbre de hablar rápido y entre increíbles sonrisas mientras la maleta se mueve ligeramente con el traqueteo del tren.
Tendría que agarrarla con la mano con la que no se sujeta a la barra, pero no puede hacer otra cosa que escucharla.
Aún no se explica cómo ha sido capaz, pero un agradable cosquilleo le recorre desde la punta de los dedos cuando, entre sus palabras, consigue acariciarle levemente la barbilla. Ella baja ligeramente la cabeza, tímida, vergonzosa... el brillo de labios y el negro que perfila sus ojos no pueden ocultar a esa niña de Xiam que sigue llevando dentro. Y aún así no deja de sonreir.
Si apartara su atención de ella un instante me encontraría mirándoles fijamente, sonriendo de forma disimulada mientras les invento un pasado en común que plasmaré en estas líneas unos días después de descubrirles. Quizá incluso le ofendería mi férrea vigilancia...
... pero no puede hacer otra cosa que mirarla.
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Sus dudas sobre si tendrá problemas para encontrarla se disipan en cuanto se abren las puertas que separan la civilización de la zona de recogida de equipajes; su enorme sonrisa se abre paso entre formas que han perdido definición en el mismo momento que la ha visto. Esa misma sonrisa que descubrió cuando con 5 años comenzó a asistir a la escuela y la miraba con curiosidad desde la fila de los niños.
Sabe que tendría que avanzar hacia ella, arrastrar su maleta y salir a su encuentro, pero no puede hacer otra cosa que mirarla.
Olvidados los rostros pálidos, la primera señal de que se encuentra lejos de casa es su abrazo de bienvenida. Se siente extraño (al menos en un primer momento). Rígido y extraño por ese gesto inesperado de cercanía. Pero pronto recuerda los abrazos que de pequeños se daban al despedirse tras las clases, cuando la edad temprana aún no ha sido educada en los convencionalismos orientales, en las tradiciones culturales que han forjado el carácter que ahora arrastra. Un carácter ni mejor ni peor que otros, solo distinto.
Y se descubre sonriendo; sonriendo y cerrando los ojos mientras desea que el tiempo se pare al menos un instante.
No son los únicos que se abrazan, un mundo de manifestaciones públicas de cariño bulle a su alrededor; abrazos, besos, risas... una burbuja separada de los atascos, las voces y las prisas por las enormes cristaleras de la sala de llegadas internacionales.
Debería percartarse de ello, pero no puede hacer otra cosa que abrazarla.
En el metro, el abanico cultural se amplia en función del número de personas que suben en cada estación, pero solo son bultos ocupando el espacio que les rodea. Recuperado del abrazo, ahora la observa mientras ella habla en su idioma materno. "Ya tendremos tiempo de practicar el español", le había dicho en algún momento mientras se dirigían al vagón, lo recuerda levemente, no es fácil enfocar la atención cuando vas paseando por las nubes. No para de hablar, de su vida en Madrid, de su trabajo, de sus compañeras de piso, de lo que hace por las tardes cuando acaba su jornada laboral... No ha perdido la costumbre de hablar rápido y entre increíbles sonrisas mientras la maleta se mueve ligeramente con el traqueteo del tren.
Tendría que agarrarla con la mano con la que no se sujeta a la barra, pero no puede hacer otra cosa que escucharla.
Aún no se explica cómo ha sido capaz, pero un agradable cosquilleo le recorre desde la punta de los dedos cuando, entre sus palabras, consigue acariciarle levemente la barbilla. Ella baja ligeramente la cabeza, tímida, vergonzosa... el brillo de labios y el negro que perfila sus ojos no pueden ocultar a esa niña de Xiam que sigue llevando dentro. Y aún así no deja de sonreir.
Si apartara su atención de ella un instante me encontraría mirándoles fijamente, sonriendo de forma disimulada mientras les invento un pasado en común que plasmaré en estas líneas unos días después de descubrirles. Quizá incluso le ofendería mi férrea vigilancia...
... pero no puede hacer otra cosa que mirarla.