Pero de las de verdad, de las de mi época; no como ahora, que se piensan que con levantar la pierna y ponerse un rulo en el flequillo lo tienen todo hecho.
Es duro sí, te lo digo en serio, sin exagerarte ni un poquito. Duro y doloroso. Que sí, que sí.
O tú dime a mí que no duele estar todo el día sobre unos tacones imposibles, haciendo posturitas más imposibles aún... Porque esa es otra. Hoy en día se creen que con tumbarse con un corse, apoyar las piernas en lo alto de una pared y mirar a cámara poniendo boquita de piñón es suficiente. Ah! bueno!, y si se hace el increíble esfuerzo de ponerse un trajecito de militar ya eres la bomba!
No hija no. Así no son las cosas. Cuánto daño ha hecho el intrusismo a la profesión.
Ya pasaba en mi época sí, lo del intrusismo, digo. Aparecía cualquier nueva actriz con su superhéroe de alfiler en la corbata y medio pelo y se hacía cuatro fotos (que por supuesto financiaba el susodicho) con más intención que talento. Porque no nos engañemos, para esto hace falta talento. Que sí, que sí.
O tú dime a mí que no es talentoso arquear la espalda como lo hacíamos, con esos trajecitos con sombrerito a juego (porque el sombrerito era esencial) y con una sonrisa de oreja a oreja. Y una mirada... una mirada... era muy importante la mirada en mis tiempos. Porque con esa mirada tenías que decir: "eh monada, me gustan los hombres que usan esta espuma de afeitar (o beben esta cerveza, o llevan estos zapatos...) casi tanto como comer con los dedos". Era difícil sí. Que sí, que sí. Sobre todo porque tenías que poner cara de tonta adorable. Éramos muy buenas actrices. Las de mi época. Unas profesionales, que sí que sí.
Ahora creo que se cotiza mucho eso de llevar uno o varios tatuajes. Hay que ver ¿eh?. Con la de talquistina que me habré echado yo en mi vida para que no se me notara ni la más mínima marquita (bueno, que yo no tenía ni una ¿eh? que yo usaba la talquistina solo para unificar el tono y porque te dejaba la piel muy suave, no te vayas tú a pensar). Y ahora fíjate, cuanto más decoradas mejor; que si en la espalda, en la pantorrilla, en los brazos... ¡hasta en los pechos!. Cuánto daño ha hecho el intrusismo a la profesión.
Si Betty, la gran Betty, levantara la cabeza y viera lo que se hace hoy en día... si viera a esas niñas delgaduchas, que las únicas curvas que lucen son las de la silicona que se inyectan... si hasta se les notan las costillas!! con lo que nos cuidabamos nosotras. Si Betty viera a esta... Rita! Rita? bueno, la que se divorció del bicho raro este que tiene un ojo de cada color... Dita! eso Dita!, bañándose en copas de champagne con una falta de gracia proporcional a su exceso de carmín... ay Betty! menos mal que ya no estás para verlo (en el buen sentido, que parece que una se alegrara y eso si que no, que Betty era nuestra gurú del pinuptismo). Pero si hasta a una ardilla con zapatos rojos de tacón metida en un cubo de fregar he visto yo más hermosa y glaumourosa que a la Dita esta!
Cómo cambian las cosas con el paso del tiempo ¿eh? porque a nosotras, a las de mi época, nos tocó abrir ese camino que ahora frecuentan las tatuadas flacuchas, nos tocó hacer equilibrios con sueldos mínimos, luchar contra el machismo, contra la promulgación de la moral de las señoras "de bien" (que luego eran las más putas, eso no ha cambiado) y luego contra las feministas. Quién me lo iba a decir. Que si éramos mujeres objeto, que si no nos valorábamos, que si quemáramos nuestros sujetadores... Pero vamos a ver, ¿por qué iba a quemar yo mis sujetadores con lo bonitos que eran y lo que me habían costado? ¿no trataba todo eso de luchar porque la mujer consiguiera lo que quería y fuera feliz? pues yo era feliz con mis tacones, mi carmín y mi talquistina...
Que sí, que sí. Sí que han cambiado los tiempos. Y si no mírame a mí. Con mi pielecilla arrugada (menos que muchas eh?) y mis zapatillitas de estar por casa en lugar de los tacones. Porque eso es lo más duro, que sí que sí. Ni las posturas, ni la sonrisa, ni los trajes, ni el sueldo irrisorio que cobrábamos, ni siquiera pelearse con las militantes del feminismo mal entendido... lo más duro es cuando los tobillos ya no te aguantan, y te crujen las rodillas, y al corsé le sobra espacio donde no debe y aprieta donde no tiene que apretar. Y entonces tienes que bajarte de los tacones, y comprarte las zapatillitas más bonitas que veas (si tienen plumas mejor), y una batita digna a juego. Y entonces toca sentarse con una copita de anís a rememorar aquellos maravillosos años, a acordarse de Betty, a sonreir con un pelín de tristeza mientras repasas tu colección de frasquitos de perfume francés y a meterse con esa Dita y con las tatuadas flacuchas... con algo de razón, pero también con mucha envidia.
Ay hija... que duro es ser una pin up.