miércoles, 20 de marzo de 2013
martes, 30 de octubre de 2012
Conocen, pero no saben
Me gustan los gajos de mandarina muy dulces... apretados, casi casi sin zumo.
Soy un desastre para los pijamas, pasado el día del estreno acabo siempre mezclando cada una de sus partes con otros viejos pero más cómodos. De hecho, para la ropa, soy un desastre en general, la mayor parte de los días llevo calcetines desparejados, me engaño pensando que es un acto de rebeldía pero en realidad es el resultado de lavarlos a destiempo y malguardarlos en un cajón que tengo a reventar.
Como buena castellana, presumo de soportar el frío madrileño estoicamente pero es mentira, se me mete hasta los huesos en noviembre y no se marcha hasta febrero o marzo, poniéndome cara de amargada la mayor parte del tiempo.
Me gusta pensar que recibes lo que das, pero también que las cosas se tienen que hacer porque te salen de dentro, de las tripas o del corazón dependiendo del momento, pero nunca por depositar un interés malsano en verte recompensado por ello, porque además, no nos engañemos, la mayor parte de las veces no hay recompensa posterior y te acabas ennegreciendo poquito a poco.
Aitana me ha robado el corazón hasta un límite que creia imposible teniéndolo tan completo y poco abierto a más opciones como lo tenía, se ha hecho un hueco enorme y lo ha estirado tanto tanto que cada día crece más.
Los libros que atesoro son una de mis mayores riquezas y tengo una pasión casi enfermiza por los artículos de papelería en general y las agendas a estrenar en particular.
Es habitual que mi cuenta bancaria esté vacía, soy experta en negocios infructuosos y de sabiduría desviada, pero mis bolsillos están a reventar de momentos con gente verdadera, con la que compartes elementos tan satisfactorios como un par de zapatos fucsias con un tacón demoníaco, un tutú de dos colores, un ficus asesino, un paseo cargando un somier, un filodendro o una habitación en el refugio de los sueños por cumplir.
Soy capaz de perder horas y horas de mi vida sin remordimiento ninguno embarcándome en proyectos destinados al fracaso más absoluto económicamente hablando pero que me enriquecen el alma de tal forma que puedo incluso olvidarme de ese frío que habita en mis huesos 4 meses al año. Y aún así, me considero una persona práctica cuando hay que serlo, ya veis, en mi cabeza esto tiene mucho sentido.
Me encantan los chicles de canela, las velas de canela, el incienso de canela, los cereales de canela, la crema corporal con canela y... sorpresa... la canela y desde hace algo más de 7 años vivo feliz columpiándome como una cría entre los hoyuelos de Carlos.
Conocen mi DNI, mi numero de la seguridad social, mi fecha de nacimiento, las veces que voy al médico o que utilizo un cajero. Saben perfectamente el estado de mis cuentas, mi vida laboral, los meses que llevo en paro o los títulos que tengo. Manejan información sobre mi currículum, las webs que consulto o mis movimientos en las redes sociales...
Conocen mi nombre, pero no saben mi historia.
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Soy un desastre para los pijamas, pasado el día del estreno acabo siempre mezclando cada una de sus partes con otros viejos pero más cómodos. De hecho, para la ropa, soy un desastre en general, la mayor parte de los días llevo calcetines desparejados, me engaño pensando que es un acto de rebeldía pero en realidad es el resultado de lavarlos a destiempo y malguardarlos en un cajón que tengo a reventar.
Como buena castellana, presumo de soportar el frío madrileño estoicamente pero es mentira, se me mete hasta los huesos en noviembre y no se marcha hasta febrero o marzo, poniéndome cara de amargada la mayor parte del tiempo.
Me gusta pensar que recibes lo que das, pero también que las cosas se tienen que hacer porque te salen de dentro, de las tripas o del corazón dependiendo del momento, pero nunca por depositar un interés malsano en verte recompensado por ello, porque además, no nos engañemos, la mayor parte de las veces no hay recompensa posterior y te acabas ennegreciendo poquito a poco.
Aitana me ha robado el corazón hasta un límite que creia imposible teniéndolo tan completo y poco abierto a más opciones como lo tenía, se ha hecho un hueco enorme y lo ha estirado tanto tanto que cada día crece más.
Los libros que atesoro son una de mis mayores riquezas y tengo una pasión casi enfermiza por los artículos de papelería en general y las agendas a estrenar en particular.
Es habitual que mi cuenta bancaria esté vacía, soy experta en negocios infructuosos y de sabiduría desviada, pero mis bolsillos están a reventar de momentos con gente verdadera, con la que compartes elementos tan satisfactorios como un par de zapatos fucsias con un tacón demoníaco, un tutú de dos colores, un ficus asesino, un paseo cargando un somier, un filodendro o una habitación en el refugio de los sueños por cumplir.
Soy capaz de perder horas y horas de mi vida sin remordimiento ninguno embarcándome en proyectos destinados al fracaso más absoluto económicamente hablando pero que me enriquecen el alma de tal forma que puedo incluso olvidarme de ese frío que habita en mis huesos 4 meses al año. Y aún así, me considero una persona práctica cuando hay que serlo, ya veis, en mi cabeza esto tiene mucho sentido.
Me encantan los chicles de canela, las velas de canela, el incienso de canela, los cereales de canela, la crema corporal con canela y... sorpresa... la canela y desde hace algo más de 7 años vivo feliz columpiándome como una cría entre los hoyuelos de Carlos.
Conocen mi DNI, mi numero de la seguridad social, mi fecha de nacimiento, las veces que voy al médico o que utilizo un cajero. Saben perfectamente el estado de mis cuentas, mi vida laboral, los meses que llevo en paro o los títulos que tengo. Manejan información sobre mi currículum, las webs que consulto o mis movimientos en las redes sociales...
Conocen mi nombre, pero no saben mi historia.
sábado, 15 de septiembre de 2012
Vera (con V de visión)
Cuando era pequeña, siempre quise que me pusieran gafas. Me ponía las de mi madre en cuanto tenía ocasión, unas gafas enormes, ochenteras, muy a la moda, con las que me veía preciosa ante cualquier espejo. Cada vez que una compañera de clase venía protestando y con esa fundita de multiópticas yo me acercaba a su pupitre y le preguntaba si me dejaba ponérmelas, y en las revisiones médicas siempre fallaba adrede alguno de los símbolos de la última fila a ver si había suerte... pero no, nací con "exceso de visión".
Nacer con exceso de visión puede parecer muy interesante y especial… mi abuela siempre me lo decía, Vera, tú eres especial… cómo echo de menos a mi abuela… tú tienes un don, y tienes que hacer un buen uso de él… como el chico este que se convierte en murciélago… o algo así... decía la pobre.
[Fragmento de "Con V de..."]
viernes, 6 de enero de 2012
Sin esperar respuesta.
Sabía que era casi imposible que las recibiera, además del cambio de domicilio, estaba segura de que no había dejado aviso para que le hicieran llegar la correspondencia a su nueva ubicación, le conocía lo suficiente para saber que olvidaba (consciente o inconscientemente) ese tipo de detalles. A veces se imaginaba que alguien se encontraba con su montón de cartas años después, cuando su existencia fuera solamente un recuerdo, o quizás tan solo un nombre en algún listado estadístico, y que trataba de ordenarlas y encontrarle algún sentido a tanto párrafo inconexo. Se prometió que algún día escribiría una carta que explicara el porqué de tantas misivas sin aparente relación... cuando ella misma fuera capaz de explicárselo.
En carretera, 3 de Enero de 2012
Parece haber muchos tipos distintos en esa pequeña porción de tierra (ignorancia arbórea la mía, quizá sean los mismos con ligeras variaciones), pero más allá de sus diferencias permanecen, ajenos al paso del tiempo, o al menos no afectados por el mismo tanto como los seres dotados (¿o aquejados?) de movilidad que comparten ese suelo al que están unidas sus raíces.
Sí que distingo entre todos alguna encina, supongo que es inevitable...
¿Recuerdas cuando aún nos subíamos a los árboles?
Sin esperar respuesta.
Daniela.
sábado, 30 de julio de 2011
A veces no cuesta...
A veces no cuesta decir adios.
Haciendo balance te das cuenta de las cosas importantes. Mis últimos cuatro años y medio se han almacenado de forma relativamente segura. Lo menos relevante; las cifras y las palabras, los archivos y bases de datos, en un disco duro externo de 65 euros y 500 gigas. Lo primordial en plataformas de almacenamiento más fiables, al menos de momento.
Lo aprendido está en un par de carpetas amarillas con dibujos científicos, en una de las particiones de disco de mi cabeza. He tratado de almacenarlo de forma intuitiva para encontrar enseguida lo que necesite en cada momento. Si vieran su tamaño y grosor algunos dirían que no son demasiado para el tiempo empleado, pero se equivocan, está lo primordial, ya me he encargado de sacar los enfados, las frustraciones y las pérdidas de tiempo dejando espacio a lo importante. Sólo eran paja que te impedía llegar a las hojas realmente interesantes. En esas dos carpetas están los pros y los contras de muchas cosas, las bien hechas y las equivocadas, (de las que también se aprende, y muchas veces incluso más), los ensayos y errores, las rectificaciones y las auto-palmaditas en la espalda (también alguna palmadita ajena, no os vayáis a creer).
Hay dos archivos especialmente importantes, uno lo he llamado "Lo que he ido aprendiendo por el camino" (lo sé, no soy la mejor poniendo nombres cortos a los archivos y me enfadaré cuando tenga que hacer copias de seguridad y esto me dé más de un quebradero de cabeza) y al otro "Lo que me han enseñado mis compañeros de viaje". El segundo es más grande que el primero, aunque me encargué de vincularos de forma que han ido creciendo de la mano. Ah!, llamadme nostálgica, pero también me guardo ahí un pequeño matraz y la fórmula del flubber :-)
Pero definitivamente el archivo más grande es el que he guardado un poquito más abajo, en el pecho, entre la tercera y la cuarta costilla derechas (me pareció un sitio estupendo, cómodo, calido y de lo más protegido). Ahí me guardo mucho más, ahí me guardo personas que, algunas vestidas de calle y otras con bata blanca, me han hecho crecer, que me han enseñado, sorprendido y convertido, quiero creer, en alguien mejor. Son muchas las cosas que escribiría ahora mismo para describirlas, pero no es necesario, algunos incluso no son conscientes de haberse convertido en referente en algún momento, pero incluso así, les estaré eternamente agradecida. A todos ellos espero haberles correspondido adecuadamente dejándoles algo de mí también.
Y cuando vea, aunque sea de refilón, las fotos que comparto con algunos, ese dibujo de mi primer campamento en el que salgo un poco amarilla o ese nombre en forma de mensaje en la bandeja de entrada o en la pantalla de mi movil, sonreiré acordándome de lo bueno vivido y compartido, pero también de todo lo que me queda por vivir con muchos de ellos a los que no dejaré de ver, aunque no sea todas las mañanas a eso de las 9:00.
A veces no cuesta decir adiós.
A veces decides, simplemente, no decirlo.
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